lunes, 2 de agosto de 2010

El País bajo mi piel

La vida se encargó de enseñarme que no todo compromiso se tiene que pagar con sangre, o requiere el heroísmo de morir en la línea de fuego. Existe un heroísmo de la paz y el equilibrio, un heroísmo accesible y cotidiano que si bien no nos reta a la muerte, nos reta a exprimirle todas las posibilidades a la vida y a vivir no una, sino varias vidas a la vez. Aceptarse como un ser múltiple en el tiempo y el espacio, es parte de la modernidad y de las posibilidades actuales de quienes vivimos una era en que la tecnología puede usufructuarse como liberación en vez de rechazarse como alineación. Las aspiraciones humanas han perdido sus confines geográficos. En contacto con mis amigos, con la vida política de Nicaragua; siento que mi país pequeño se me ha vuelto portátil, cercano en la distancia, que el horizonte sigue siendo ancho y que soy yo quien decide los límites de mi quehacer.

Sigo siendo una ciudadana más del mundo, fervientemente convencida de que nuestro planeta sólo sobrevivirá equilibrando las absurdas desigualdades que lo separan. Vivida mi vida hasta este punto me atrevo a afirmar que no hay nada quijotesco, ni romántico en querer cambiar el mundo. Es posible. Es el oficio al que la humanidad se ha dedicado desde siempre. No concibo mejor vida que una dedicada a la efervescencia, a las ilusiones, a la terquedad que niega la inevitabilidad del caos y la desesperanza. Nuestro mundo, lleno de potencialidades, es y será el producto del esfuerzo que nosotros, sus habitantes, le entreguemos.

El futuro es una construcción que se realiza en el presente, y por eso concibo la responsabilidad con el presente como la única responsabilidad seria con el futuro. Lo importante, me doy cuenta ahora, no es que uno mismo vea todos sus sueños cumplidos; sino seguir, empecinados, soñándolos.


 

Gioconda Belli

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